Diaplerons, duendecillos de los Pirineos



Ha nevado en el Valle de Neruey, y con la nieve llegan a las casas las largas veladas frente al fuego.
Entra y notarás el calorcito...

martes, 19 de octubre de 2010

"En las ramas de Ana", cortometraje de Julio Medem - 2007

Esta historia de Julio Medem "En las ramas de Ana", en la que su pequeña hija Ana nos habla, con la simpatía y la inocencia de una niña de cuatro años, de una querida amiga suya: el hada Itzíar.

jueves, 14 de octubre de 2010

¿Que relación pueden tener los diaplerons con los pilares de la Tierra??? ¿Y con la mesa del Rey Salomón?

Pues resulta que la fachada del edificio en la serie está basada en la catedral de Jaén.
La fachada es un símbolo de la Iglesia, cuyo significado es el que se estableció tras el Concilio de Trento, por lo que cumple las cuatro notas definitorias de la Iglesia.
En primer lugar es una; la catedral simboliza la unidad dentro de la diversidad pues, siendo una sola, se aúnan en ella diferentes estilos y épocas. Además, la Iglesia es santa, por lo que la fachada está llena de imágenes de santos que nos recuerdan que a pesar de que la Iglesia está formada por pecadores, también abundan en ella las personas santas de vidas ejemplares.


LA CATEDRAL:

La construcción de la catedral de Jaén se concibe para custodiar la reliquia del Santo Rostro.

En el siglo XIV, el obispo don Nicolás de Biedma demolió la antigua mezquita convertida en catedral para construir otra de estilo gótico que, poco más de un siglo después sufriría nuevas reformas debido al mal estado de algunas de sus infraestructuras.

En 1376, cuenta la leyenda que un obispo de Jaén, Nicolás de Biedma, tenía tres de estos diablillos en una botella, y a merced de ellos viajaba hasta Roma para ver al papa.

Leyenda
(Según esta leyenda, San Eufrasio viajó desde Jaén hasta Roma avisado por tres diablillos que tenía en la redoma, que le advirtieron de que el Papa se disponía a cenar con una joven)

San Eufrasio, o el obispo Nicolás de Biedma tenía tres diablillos metidos en una vasija de cristal y una noche los oyó hablar de que el Papa estaba a punto de cometer un gran pecado; el obispo, para intentar evitarlo, preguntó a los diablillos que cuál de ellos podría llevarle a Roma en menos tiempo y uno de ellos le propuso que lo llevaría por los aires en un momento si a partir de entonces le daba cada noche las sobras de su cena, a lo que el obispo accedió, con lo que a lomos del diablo voló hasta el Vaticano en breve tiempo; una vez allí previno al Papa de su caída en el pecado, que posiblemente consistía en la lujuría pues estaba siendo seducido por una bella mujer que resultó ser un demonio, y entonces, remediado el problema.
Conmovido, el Papa abrazó al santo y le ofreció como recompensa dos de las tres copias del Santo Rostro. Una de las caras la perdió durante el viaje de vuelta en una enorme tormenta en la que la copia perdida cayó al mar.
San Eufrasio volvió a Jaén con la(s) preciada(s) reliquia(s) de nuevo a lomos del diablillo y luego el obispo empezó a cumplir su promesa de darle las sobras de sus cenas, que a partir de entonces decidió que consistirían en comer nueces, con lo que el diablillo sólo obtenía las cáscaras. «Ahí van las sobras pactadas», le decía. (1)

Una curiosa leyenda que avisa de que el original Santo Rostro o Verónica estaba en Roma y que seguramente fue traída una copia por el obispo Nicolás de Biedma en el siglo XIV, la época en la que surgió ese mercado religioso, pero con un cariz tan mágico que Nicolás de Biedma se nos presenta más bien como un brujo que es capaz de dominar a unos diablillos para que actúen a su servicio, los cuales también podrían haberse llamado duendes, espíritus o genios (los jinas musulmanes).

Tomando por tanto este personaje un aire salomónico, pues a Salomón también se le atribuye el haber tenido espíritus o genios encerrados en un recipiente trabajando a su servicio, de tal forma que le instruyeron en la Cábala, es decir, en el Conocimiento, una leyenda esotérica que hasta el mismo Corán recoge. De nuevo Salomón aparece en Jaén, esta vez relacionado con un obispo que parece indentificarse con él, pues trajo de Roma un objeto sagrado, el Santo Rostro, como lo habría hecho el mismo Salomón y, además, haciendo un recorrido similar al que hizo presuntamente la Mesa de Salomón desde Roma, donde estaba tras el expolio del Templo de Jerusalén, hasta Jaén traída por los visigodos o más tarde por los árabes a principios de la Edad Media.
¿Es el Santo Rostro o Verónica un símbolo de la Mesa de Salomón y de su presencia en Jaén?
¿Se podría comparar al Santo Rostro, impresión, copia o reflejo de la divina cara de Jesús, con la Mesa o Espejo de Salomón, en la que, según una teoría muy posible, se refleja la geometría y/o la geografía sagradas de origen divino?

EL REY SALOMÓN

En tiempos de Mahoma la historia de Salomón y los diablos de la garrafa era tan conocida que dejó perdurable huella en el Corán: «de los schayatin los habla que buceaban para él y obraban obra» (Sura XXI, 82); «...y ajuntaron para Salomón sus huestes de genios» (Sura XXVII,17); «...y de los genios había que trabajaban entre sus manos por permisión de su señor» (Sura XXXIV,11).
Según atestigua el Virgilio Hispano citado por Menéndez y Pelayo. Sabemos que unos espíritus o genios dieron lugar al Arte Notoria “quae est ars et scientia sancta”, la Cábala que los espíritus encerrados en la garrafa comunicaron a Salomón y él «los encerró en una botella fuera de uno que era cojo».

Los genios o espíritus que otorgan a Salomón el Conocimiento o Cábala son los constructores del Templo,“los que obran para él”, los sabios de Oriente y Occidente que convocó en su magno congreso.

Según la misma fuente, Aristóteles fue un hombre inculto y de pocas luces hasta que Alejandro Magno tomó Jerusalén y «él logró saber dónde estaban encerrados los libros de Salomón y se hizo sabio».




(1) FEIJOO,BENITO; «Obras escogidas de Feijoo», Biblioteca de Autores Españoles,Madrid,

(2) MENENDEZ Y PELAYO,MARCELINO: «Historia de los heterodoxos españoles», Biblioteca de Autores

http://www.cuatro.com/los-pilares-de-la-tierra/fotos/catedral-jaen/20100823ctougc_30/+Nicol%C3%A1s+de+Biedma+obispo+diablillos&cd=7&hl=es&ct=clnk&gl=es&client=firefox-a

http://ianuacaeli.blogspot.com/

http://www.iteresa.com/templarios/templarios/archivos/CAP20MSW.PDF


Los diaplerons de R.L. Stevenson

Uno de los mejores novelistas de la historia, el creador de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde o de La isla del Tesoro ¡conocía la existencia de los diaplerons! Aunque la suya es una versión hawaiana de nuestros diaplerons del Pirineo.


En esta versión es en una botella donde reside la magia y el poseedor de esta botella puede disponer de toda la protección y fortuna que desee. Pero como en toda buena historia hay algo sombrío: Cuando un hombre compra esta botella el diablo se pone a su servicio; todo lo que esa persona desee, amor, fama, fortuna.... todo excepto prolongar la vida; porque la botella tiene un inconveniente; si un hombre muere antes de venderla, arderá para siempre en el infierno.
Pero incluso hasta esto puede ser peligroso porque sólo puede venderse si se pierde dinero en la transacción.
Una interesante historia con un final aún mejor... os invitamos a que la leáis y nos comentéis que os ha parecido.


El diablo de la botella,
de Robert Lewis Stevenson. 1889, en Samoa.


Había un hombre en la isla de Hawaii al que llamaré Keawe; porque la verdad es que aún vive y que su nombre debe permanecer secreto, pero su lugar de nacimiento no estaba lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; leía y escribía tan bien como un maestro de escuela, además era un marinero de primera clase, que había trabajado durante algún tiempo en los vapores de la isla y pilotado un ballenero en la costa de Hamakua. Finalmente, a Keawe se le ocurrió que le gustaría ver el gran mundo y las ciudades extranjeras y se embarcó con rumbo a San Francisco.

San Francisco es una hermosa ciudad, con un excelente puerto y muchas personas adineradas; y, más en concreto, existe en esa ciudad una colina que está cubierta de palacios. Un día, Keawe se paseaba por esta colina con mucho dinero en el bolsillo, contemplando con evidente placer las elegantes casas que se alzaban a ambos lados de la calle. «¡Qué casas tan buenas!» iba pensando, «y ¡qué felices deben de ser las personas que viven en ellas, que no necesitan preocuparse del mañana!». Seguía aún reflexionando sobre esto cuando llegó a la altura de una casa más pequeña que algunas de las otras, pero muy bien acabada y tan bonita como un juguete, los escalones de la entrada brillaban como plata, los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas resplandecían como diamantes. Keawe se detuvo maravillándose de la excelencia de todo. Al pararse se dio cuenta de que un hombre le estaba mirando a través de una ventana tan transparente que Keawe lo veía como se ve a un pez en una cala junto a los arrecifes. Era un hombre maduro, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión pesarosa y suspiraba amargamente. Lo cierto es que mientras Keawe contemplaba al hombre y el hombre observaba a Keawe, cada uno de ellos envidiaba al otro.


De repente, el hombre sonrió moviendo la cabeza, hizo un gesto a Keawe para que entrara y se reunió con él en la puerta de la casa.



—Es muy hermosa esta casa mía—dijo el hombre, suspirando amargamente—. ¿No le gustaría ver las habitaciones?


Y así fue como Keawe recorrió con él la casa, desde el sótano hasta el tejado; todo lo que había en ella era perfecto en su estilo y Keawe manifestó gran admiración.


—Esta casa—dijo Keawe—es en verdad muy hermosa; si yo viviera en otra parecida, me pasaría el día riendo. ¿Cómo es posible, entonces, que no haga usted más que suspirar?


—No hay ninguna razón—dijo el hombre—para que no tenga una casa en todo semejante a ésta, y aun más hermosa, si así lo desea. Posee usted algún dinero, ¿no es cierto?


—Tengo cincuenta dólares—dijo Keawe—, pero una casa como ésta costará más de cincuenta dólares.


El hombre hizo un cálculo.

—Siento que no tenga más —dijo—, porque eso podría causarle problemas en el futuro, pero será suya por cincuenta dólares.

—¿La casa?—preguntó Keawe.

—No, la casa no—replicó el hombre—, la botella. Porque debo decirle que aunque le parezca una persona muy rica y afortunada, todo lo que poseo, y esta casa misma y el jardín, proceden de una botella en la que no cabe mucho más de una pinta. Aquí la tiene usted.

Y abriendo un mueble cerrado con llave, sacó una botella de panza redonda con un cuello muy largo, el cristal era de un color blanco como el de la leche, con cambiantes destellos irisados en su textura. En el interior había algo que se movía confusamente, algo así como una sombra y un fuego.

—Esta es la botella—dijo el hombre, y, cuando Keawe se echó a reír, añadió—: ¿No me cree? Pruebe usted mismo. Trate de romperla.

De manera que Keawe cogió la botella y la estuvo tirando contra el suelo hasta que se cansó; porque rebotaba como una pelota y nada le sucedía.

—Es una cosa bien extraña—dijo Keawe—, porque tanto por su aspecto como al tacto se diría que es de cristal.

—Es de cristal—replicó el hombre, suspirando más hondamente que nunca—, pero de un cristal templado en las llamas del infierno. Un diablo vive en ella y la sombra que vemos moverse es la suya; al menos eso creo yo. Cuando un hombre compra esta botella el diablo se pone a su servicio; todo lo que esa persona desee, amor, fama, dinero, casas como ésta o una ciudad como San Francisco, será suyo con sólo pedirlo. Napoleón tuvo esta botella, y gracias a su virtud llegó a ser el rey del mundo; pero la vendió al final y fracasó. El capitán Cook también la tuvo, y por ella descubrió tantas islas; pero también él la vendió, y por eso lo asesinaron en Hawaii. Porque al vender la botella desaparecen el poder y la protección; y a no ser que un hombre esté contento con lo que tiene, acaba por sucederle algo.

—Y sin embargo, ¿habla usted de venderla?—dijo Keawe.

—Tengo todo lo que quiero y me estoy haciendo viejo —respondió el hombre—. Hay una cosa que el diablo de la botella no puede hacer... y es prolongar la vida; y, no sería justo ocultárselo a usted, la botella tiene un inconveniente; porque si un hombre muere antes de venderla, arderá para siempre en el infierno.

—Sí que es un inconveniente, no cabe duda—exclamó Keawe—. Y no quisiera verme mezclado en ese asunto. No me importa demasiado tener una casa, gracias a Dios; pero hay una cosa que sí me importa muchísimo, y es condenarme.

—No vaya usted tan deprisa, amigo mío—contestó el hombre—. Todo lo que tiene que hacer es usar el poder de la botella con moderación, venderla después a alguna otra persona como estoy haciendo yo ahora y terminar su vida cómodamente.

—Pues yo observo dos cosas—dijo Keawe—. Una es que se pasa usted todo el tiempo suspirando como una doncella enamorada; y la otra que vende usted la botella demasiado barata.

—Ya le he explicado por qué suspiro —dijo el hombre—. Temo que mi salud está empeorando; y, como ha dicho usted mismo, morir e irse al infierno es una desgracia para cualquiera. En cuanto a venderla tan barata, tengo que explicarle una peculiaridad que tiene esta botella. Hace mucho tiempo, cuando Satanás la trajo a la tierra, era extraordinariamente cara, y fue el Preste Juan el primero que la compró por muchos millones de dólares; pero sólo puede venderse si se pierde dinero en la transacción. Si se vende por lo mismo que se ha pagado por ella, vuelve al anterior propietario como si se tratara de una paloma mensajera. De ahí se sigue que el precio haya ido disminuyendo con el paso de los siglos y que ahora la botella resulte francamente barata. Yo se la compré a uno de los ricos propietarios que viven en esta colina y sólo pagué noventa dólares. Podría venderla hasta por ochenta y nueve dólares y noventa centavos, pero ni un céntimo más; de lo contrario la botella volvería a mí. Ahora bien, esto trae consigo dos problemas. Primero, que cuando se ofrece una botella tan singular por ochenta dólares y pico, la gente supone que uno está bromeando. Y segundo..., pero como eso no corre prisa que lo sepa, no hace falta que se lo explique ahora. Recuerde tan sólo que tiene que venderla por moneda acuñada.

—¿Cómo sé que todo eso es verdad? —preguntó Keawe.

—Hay algo que puede usted comprobar inmediata mente—replicó el otro—. Deme sus cincuenta dólares, coja la botella y pida que los cincuenta dólares vuelvan a su bolsillo. Si no sucede así, le doy mi palabra de honor de que consideraré inválido el trato y le devolveré el dinero.

—¿No me está engañando?—dijo Keawe.

El hombre confirmó sus palabras con un solemne juramento.

—Bueno; me arriesgaré a eso—dijo Keawe—, porque no me puede pasar nada malo.

Acto seguido le dio su dinero al hombre y el hombre le pasó la botella.

—Diablo de la botella—dijo Keawe—, quiero recobrar mis cincuenta dólares.

Y, efectivamente, apenas había terminado la frase cuando su bolsillo pesaba ya lo mismo que antes.

—No hay duda de que es una botella maravillosa —dijo Keawe.

—Y ahora muy buenos días, mi querido amigo, ¡que el diablo le acompañe!—dijo el hombre.

—Un momento—dijo Keawe—, yo ya me he divertido bastante. Tenga su botella.

—La ha comprado usted por menos de lo que yo pagué —replicó el hombre, frotándose las manos—. La botella es completamente suya; y, por mi parte, lo único que deseo es perderlo de vista cuanto antes.


Con lo que llamó a su criado chino e hizo que acompañará a Keawe hasta la puerta.






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Robert Louis Balfour Stevenson
(1850-1894)

Este novelista, ensayista y poeta escocés nació el 13 de noviembre de 1850 en Edimburgo. Era hijo de un ingeniero y él también estudió esta profesión y más adelante Leyes, en la Universidad de Edimburgo.
Pero siempre se había sentido inclinado a la literatura, y fue dedicándose cada vez más a esta profesión,  y comenzó a ser considerado entre los escritores destacados de su tiempo, tanto que algunas de sus obras se han convertido en clásicos de la literatura infantil.
Padecía  tuberculosis, por lo que  viajaba mucho busca de climas apropiados para su salud.
Sus primeros libros son descripciones de algunos de estos viajes. Publicó Viaje tierra adentro (1878) y Viajes en burro por las Cevannes (1879).
En su viaje a California 1879-1880), en 1880, se casó con la divorciada estadounidense Frances Osbourne.



En 1889 viajó a las islas Samoa, donde él y su esposa permanecieron hasta 1894, en un último esfuerzo por recuperar la salud del escritor.  Allí murió a finales de ese mismo año, el 3 de diciembre.

Entre sus obras más reconocidas, se deben señalar sus novelas fantásticas y de aventuras. La isla del tesoro (1883), El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde (1886), Las aventuras de David Balfour y Weirde (1886), La flecha negra (1888) y El señor de Ballantree (1889).
También escribió ensayos, como Virginibus puerisque (1881), Estudios familiares de hombres y libros (1882) y Memorias y retratos (1887), viajes autobiográficos, como La casa solitaria (1883), A través de las llanuras (1892) e Islas del sur (1896), poemas: Jardín de versos para niños (1885),  De vuelta al mar (1887) y cuentos, como Narraciones maravillosas (1882) y El diablo de la botella y otros cuentos (1893).